domingo, 19 de marzo de 2017

EL AMOR IMPLÍCITO Y EL AMOR EXPLÍCITO... Iº

EL AMOR IMPLÍCITO Y EL AMOR EXPLÍCITO… Iº     
Todos sabemos que no hay bien en este mundo, que todo lo que aparece como bien es finito, limitado, se agota y, una vez agotado, la necesidad se muestra al desnudo. Probablemente, en la vida de todo ser humano ha habido algún momento en el que se ha confesado a sí mismo con claridad que no hay bien en este mundo. Pero en cuanto se percibe esta verdad se la recubre de mentira. Muchos que jamás han podido soportar el mirarla de frente por más de un segundo se complacen en proclamarla buscando en la tristeza un placer mórbido. Los hombres perciben que hay un peligro mortal en mirar de frente esta verdad durante un tiempo prolongado. Y es cierto: ese conocimiento es más mortífero que una espada, la muerte que inflige produce más miedo que la muerte carnal. Con el tiempo, mata en nosotros todo lo que llamamos ‘yo’. Para sostener esa mirada hay que amar la verdad más que la vida. Quienes son capaces de hacerlo se apartan con toda el alma de lo transitorio, según la expresión de Platón.
No se vuelven hacia Dios. ¿Cómo podrían hacerlo en la tiniebla absoluta? Dios mismo les imprime la orientación adecuada, pero no se les muestra hasta pasado mucho tiempo. Deben permanecer inmóviles, sin desviar la mirada, sin dejar de escuchar, esperando no se sabe el qué, sordos a las solicitaciones y a las amenazas, inconmovibles a las sacudidas. Si, tras una larga espera, Dios deja presentir vagamente su luz o incluso se revela en persona, no es más que por un instante. De nuevo hay que quedarse inmóvil, atento, y esperar sin moverse, llamando sólo cuando el deseo es demasiado fuerte.
No depende de un alma creer en la realidad de Dios si Dios no le revela esa realidad. O pone el nombre de Dios como etiqueta sobre otra cosa y cae entonces en la idolatría, o la creencia en Dios queda como algo abstracto y verbal. Así ocurre en países y en épocas en que poner en duda el dogma religioso no se le ocurre a nadie. El estrado de increencia es entonces lo que san Juan de la Cruz llama ‘noche’. La creencia es verbal y no penetra en el alma. En una época como la nuestra, la increencia puede ser un equivalente de la noche oscura de san Juan de la Cruz si el no creyente ama a Dios, si es como el niño que no sabe que hay pan en alguna parte, pero que grita que tiene hambre.
Cuando se come pan, o cuando se lo ha comido, se sabe que el pan es real. Se puede sin embargo poner en duda la realidad del pan. Los filósofos ponen en duda la realidad del mundo sensible. Pero ‘es una duda puramente verbal que no afecta a la certeza’, que la hace incluso más manifiesta para un espíritu bien orientado. Del mismo modo, aquel a quien Dios ha revelado su realidad puede sin inconveniente poner en duda esa realidad. Es una duda puramente verbal, un ejercicio útil para la salud de la inteligencia. Lo que es un crimen de traición, incluso antes de tal revelación, y mucho más después, es poner en duda que Dios sea lo único que merece ser amado. Eso es desviar la mirada. El amor es la mirada del alma; es detenerse un instante, esperar y escuchar.


(A la espera de Dios; Simone Weil)

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