lunes, 13 de marzo de 2017

LA CIENCIA

LA CIENCIA      
La ciencia tiene por objeto el estudio y la reconstrucción teórica del orden del mundo en relación a la estructura mental, psíquica y corporal del hombre; contrariamente a las ingenuas ilusiones de algunos científicos, ni el uso de telescopios y microscopios, ni el empleo de las fórmulas algebraicas más singulares, ni siquiera el menosprecio del principio de no contradicción, permiten salir de los límites de esa estructura. Lo que, por otra parte, tampoco es deseable. El objeto de la ciencia es la presencia en el universo de la Sabiduría de la que somos hermanos, la presencia de Cristo a través de la materia que constituye el mundo.
Reconstruimos una imagen del orden del mundo a partir de datos limitados, enumerables, rigurosamente definidos. Entre estos términos abstractos y por tanto manejables por nosotros, establecemos ciertas relaciones. Podemos así contemplar en una imagen –imagen cuya existencia queda en suspenso en el acto de atención- la necesidad, que es la sustancia misma del universo, pero que sólo se manifiesta a nosotros como tal de forma discontinua.
No puede haber contemplación sin que haya algo de amor. La contemplación de esa imagen del orden del mundo constituye un cierto contacto con la belleza del mundo. La belleza del mundo es el orden del mundo cuando se le ama.
El trabajo físico constituye un contacto específico con la belleza del mundo y, en los mejores momentos, un contacto de una plenitud tal que no tiene equivalente. Para admirar realmente el universo, el artista, el hombre de ciencia, el pensador, el contemplativo, deben traspasar esa película de irrealidad que lo vela y lo convierte para la mayoría de los hombres, a lo largo de casi toda su vida, en un sueño o en un decorado de teatro. Pero aunque deben, con frecuencia no pueden. Quien tiene los miembros desechos por el esfuerzo de una jornada de trabajo, es decir, de una jornada en la que ha estado sometido a la materia, lleva en su carne como una espina la realidad del universo. La dificultad estriba para él en mirar y amar; si llega a hacerlo, ama lo real.
Éste es el inmenso privilegio que Dios ha reservado a sus pobres. Pero casi ninguno lo sabe. No se les dice. El exceso de fatiga, la preocupación agobiante por el dinero y la falta de verdadera cultura, les impide darse cuenta de ello. Bastaría un pequeño cambio en su condición para abrirles el acceso a un tesoro. Es desgarrador lo fácil que en muchos casos les sería a los hombres procurar un tesoro a sus semejantes y cómo dejan pasar siglos sin tomarse la molestia de hacerlo.
En la época en la que había una civilización popular cuyas migajas coleccionamos hoy como pieza de museo bajo el nombre de folklore, sin duda el pueblo tenía acceso a ese tesoro. También la mitología, que es pariente muy próxima del folklore, es un testimonio de ello si se sabe descifrar su poesía.

(A la espera de Dios; Simone Weil)

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