SUFRIMIENTO Y FELICIDAD
En la desdicha misma es donde
resplandece la misericordia de Dios. En lo más hondo, en el centro de su
amargura inconsolable. Si, perseverando, caemos en el amor hasta el punto en
que el alma no puede reprimir el grito «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»,
si permanecemos en ese punto sin dejar de amar, entonces acabamos por tocar
algo que no es la desdicha, que no es la felicidad, que es la esencia central,
esencial, pura, no sensible, común a la felicidad y al sufrimiento, y que es el
amor mismo de Dios.
Entonces sabemos que la felicidad es la
dulzura del contacto con el amor de Dios, que la desdicha es la herida de ese
mismo contacto cuando es doloroso, y que sólo importa el propio contacto, no su
modalidad… Pero sabemos de manera cierta que el Amor de Dios por nosotros es la
sustancia de esa amargura y de esta mutilación.
(Simone Weil)
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