LA CRUZ, LA COMPASIÓN Y EL PECADO DE ENVIDIA
La cruz, centro de nuestra experiencia
espiritual, es lugar de belleza y posibilidad de fe al mismo tiempo que
contradicción aguda y desgarradora. Siendo contradicción, sin embargo, la cruz
es igualmente liberación. Liberación de la ilusión de la imaginación delante de
la desnudez y de la muerte. Sólo la cruz permite una correlación de los
contrarios, que quedan así sometidos a la persona, sin someterla, ya que
destruyen los apegos particulares y los sustituyen por un apego mayor. Es
también la cruz la que permite al ser humano mirar de verdad hacia Dios y ver a
distancia lo que le aleja del ser divino. Como mirar la cruz es mirar hacia
abajo, la imaginación no corre el riesgo de mezclarse y engañar al ser humano:
«Para que sintamos la distancia entre
Dios y nosotros, es preciso que Dios sea un esclavo crucificado. Porque sólo
sentimos distancia respecto de lo bajo. Es mucho más fácil ponerse con la
imaginación en el lugar de Dios creador que en el lugar de Cristo crucificado».
«En lo referente a mi amor a Dios, falto
de una manera horrible, pues siempre que pienso en la crucifixión de Cristo
cometo el pecado de envidia».
(Simone Weil & Cía.)
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