LO BELLO COMO ENCARNACIÓN
Lo bello no está del lado del lujo, del
artificio, de la imaginación, sino del lado de la verdad, del anonimato, de la
desnudez de la criatura. «Descender en la escala de la fuerza sin estar
obligado […] aceptar que somos anónimos, que pertenecemos a la materia humana»
es conforme al dicho evangélico según el cual el que se humilla será ensalzado:
esto significa tomar como modelo a Cristo, que se hace materia en la
eucaristía, pero también imitar la humildad de la materia, cuya conformidad con
la necesidad es perfecta obediencia a Dios.
Durante la vía, radicalmente
antiplatónica, que conduce a la belleza a través del trabajo manual, la pobreza
y la desnudez, no tenemos que ver necesariamente el cuerpo como tumba del alma,
según la consideración de Platón, ni la materia como gravedad, sino que podemos
concebir a ambos como espejos de luz. Tal vez no es casualidad que sea una
figura femenina, la de la Virgen, la que represente la humildad de la materia,
porque lo femenino, menospreciado en una larga historia de misoginia y siempre
reducido a la vertiente de la corporalidad y la materia frente al espíritu,
resulta adecuado para encarnar aquel descenso que, con la renuncia al prestigio
y a la imaginación, nos hace anónimos, nuda materia humana:
«La leche de la Virgen es la belleza del
mundo. El mundo es perfectamente puro desde el punto de vista de la belleza.
Gracias a la sabiduría de Dios, que ha
puesto en este mundo la marca del bien bajo la forma de belleza, se puede amar
el Bien a través de las cosas del mundo. Esta docilidad de la materia, esa cualidad
maternal de la naturaleza, se ha encarnado en la Virgen».
(Simone Weil & Cía.)
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