AUTOBOIGRAFÍA – II
…No se puede resistir demasiado a Dios,
si se hace por pura preocupación por la verdad. Cristo quiere que se prefiera
la verdad, pues antes de ser el Cristo, él es la verdad. Si uno se desvía de él
para ir en pos de la verdad, no andará largo trecho sin caer en sus brazos.
…/…
La imagen del Cuerpo Místico de Cristo
resulta muy seductora. Pero yo interpreto la importancia que actualmente se le
concede como uno de los signos más graves de nuestra decadencia. Pues nuestra
verdadera dignidad no radica en ser parte de ningún cuerpo, aunque sea místico,
aunque sea el de Cristo. Radica en que ‘en el estado de perfección’, que es la
vocación de todos, no vivimos ya en nosotros mismos, sino que es Cristo quien
vive en nosotros; de manera que, por ese estado, Cristo en su integridad, en su
unidad indivisible, se convierte en cierto sentido en cada uno de nosotros de
la misma forma que está íntegramente en cada hostia. Las hostias no son parte
de su cuerpo.
[…¡en el estado de perfección!... que nos
será dado, como todo lo que de verdad merece la pena; pero, mucho me temo que,
será a partir del tercer día…]
Esta importancia que actualmente reviste
la imagen de cuerpo místico muestra hasta qué punto los cristianos son
miserablemente acomodaticios a las influencias externas. Ciertamente hay una
viva embriaguez en ser miembro del cuerpo místico de Cristo. Pero, hoy día,
numerosos cuerpos místicos que no tienen por cabeza a Cristo procuran, en mi
opinión, a sus miembros experiencias embriagadoras de la misma naturaleza.
Se me hace ligero, siendo que lo hago
por obediencia, estar privada de la alegría de formar parte del cuerpo místico
de Cristo. Pues, si Dios quiere ayudarme, testimoniaré que sin esa alegría se
puede no obstante ser fiel a Cristo hasta la muerte. Los sentimientos sociales
tienen actualmente tanta fuerza, elevan de tal modo hasta el grado supremo del
heroísmo en el sufrimiento y en la muerte, que me parece positivo que algunas
ovejas se queden fuera del redil para dar testimonio de que el amor de Cristo
es algo esencialmente distinto.
(A
la espera de Dios; Simone Weil)
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