NEGARSE A SÍ MISMO Iº
La creación no es un acto de
autoexpansión por parte de Dios sino de retirada y de renuncia. Dios crea como
las olas sobre la playa, retirándose. Dios con todas las criaturas es menos que
Dios solo. Dios ha aceptado esta merma y ha vaciado de sí una parte del ser. Se
ha vaciado ya en ese acto de su divinidad; por eso dice san Juan que el Cordero
fue degollado desde la fundación del mundo. Dios ha permitido la existencia de
cosas distintas a él y que valen infinitamente menos que él. Se negó a sí mismo
por el acto creador como Cristo nos ordenó negarnos a nosotros mismos. Dios se
negó en nuestro favor para darnos la posibilidad de negarnos por él. Esta
respuesta, este eco, que nosotros podemos rechazar, es la única justificación
posible a la locura de amor del acto creador.
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Si bien en el arte y la ciencia una
producción de segundo orden, brillante o mediocre, es extensión de sí, la
producción de primer orden, la creación, es renuncia de sí. No se percibe esa
verdad porque la gloria confunde y recubre indistintamente con su esplendor las
producciones de primer orden y las más brillantes de segundo orden, dando
incluso frecuente prioridad a estas últimas.
La caridad para con el prójimo, al estar
constituida por la atención creadora, es análoga al genio.
La atención creadora consiste en prestar
atención a algo que no existe. La humanidad no existe en la carne anónima e
inerte al borde del camino. El samaritano que se detiene y mira, presta sin
embargo atención a esa humanidad ausente y los actos que se suceden a
continuación dan testimonio de que se trata de una atención real.
La fe, dice san Pablo, es la visión de
cosas invisibles. En ese momento de atención, la fe está tan presente como el
amor.
Del mismo modo, un hombre que esté
enteramente a merced de otro no existe. Un esclavo no existe, ni a los ojos de
su señor ni a los suyos propios. Los esclavos negros de América, cuando se
herían por accidente en un pie o una mano, decían: “No es nada, es el pie del
amo, es la mano del amo”. Quien está enteramente privado de los bienes en los
que se cristaliza la consideración social, cualesquiera que éstos sean, no
existe. Una canción popular española dice con extraordinaria lucidez: “El que
quiera volverse invisible no tiene medio más seguro que hacerse pobre”. El amor
ve lo invisible.
(A
la espera de Dios; Simone Weil)
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