LA VERDAD COMO PASIÓN Y COMPASIÓN
«Así como Dios está presente mediante la
consagración eucarística en la percepción sensible de un trozo de pan, también
lo está en el mal extremo mediante el dolor redentor, mediante la cruz… A la
inocencia el dolor le es a la vez completamente exterior y completamente
esencial… Un inocente que sufre derrama por encima del mal la luz de la
salvación. Él es la imagen visible del Dios inocente. Ésa es la razón de que un
Dios que ama al hombre, y un hombre que ama a Dios deban sufrir».
Por eso, no son la fuerza y el poder los
que nos conducen al conocimiento y al amor de Dios. Una tal ilusión sería, por
el contrario, le esencia de la que está hecho el pecado original. «Eva y Adán
pretendieron buscar la divinidad en la energía vital. Un árbol, un fruto. Pero
la divinidad está dispuesta para nosotros en madera muerta, cortada
geométricamente a escuadra, de la que cuelga un cadáver».
La verdad pende de un madero; en eso
consiste llegar al centro del amor, a aquel punto en que se experimenta lo más
profundo del sufrimiento; y llegar ahí sin cesar de amar. Quizá haya ahí una
condición de acceso a la esencia central, pura, no sensible, común a la alegría
y al sufrimiento, que es el amor mismo de Dios.
«La Trinidad y la Cruz son los dos polos
del cristianismo, las dos verdades esenciales; una la alegría perfecta, la otra
la perfecta desdicha. El conocimiento de una y otra y de su misteriosa unidad
es indispensable; pero en este mundo la condición humana nos coloca
infinitamente lejos de la Trinidad, al pie mismo de la cruz. La cruz es nuestra
patria».
Nuestro misterio pascual no deja de
proclamar una y otra vez que sólo el amor puede abrir caminos para el diálogo
humano allí donde éste parece humanamente imposible.
(Simone Weil & Cía.)
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