viernes, 11 de enero de 2019

JESÚS, EL CRISTO SIEMPRE VIVO... 9


9. ¿LAS BIENAVENTURANZAS DE JESÚS SON UNA BUENA NOTICIA O UNA BROMA DE MAL GUSTO?

En varios momentos Jesús lanzó una especie de proclama de la exuberante alegría que produce el Reino: “Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque Dios os saciará. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis”. Alguna vez el corazón de Jesús se llenó de una alegría desbordante que manifestó en palabras de alabanza al Padre, en una oración sin rastro de queja, dolor, súplica... sólo inundada por el acontecimiento de la soberanía de Dios acogida por los pequeños (Mt 11,25-30). De la misma manera aquí, en estas extrañas palabras, Jesús ofreció esa alegría vivida como alegría común, para todos. Esto son las bienaventuranzas (Lc 6,20-23; Mt 5,1-12).
La parábola de la semilla de mostaza (Mc 4,30-32) podría ayudar a percibir el sentido de las bienaventuranzas. Jesús parece ver la semilla del Reino, que apenas tiene fuerza para crecer, convertida ya en un árbol frondoso donde son recogidos los hijos de Dios, en especial los más débiles y oprimidos. Presente y futuro se funden en esta proclamación.
Pero para que esto sea perceptible, Jesús va a realizar pequeños gestos donde, frente a la aparente negación actual de su verdad, pueda verse la semilla del Reino en su futuro glorioso. Son estos gestos de Jesús los que hacen reales las bienaventuranzas: cuando uno se sentía inmerecida y gratuitamente por Jesús, cuando alguien sentía que a su lado recobraba la dignidad perdida o robada, cuando los excluidos encontraban sitio en su mesa, cuando alguien era liberado del peso de sus dolencias por una curación o al contacto con Jesús era definido como puro para el trato con Dios y con los otros pese a su situación física o moral... entonces éstos sabían que habían sido injertados en el tronco de la vida feliz, de la bienaventuranza de Dios. Los otros, los que no participaron de estos gestos o no los recibían con fe, no podían entender y quizá las bienaventuranzas les sonaran a una broma de mal gusto de los satisfechos, de aquellos a los que simplemente les va bien en sus tratos con la injusticia (Salmo 123, 3-4) [Como apareció en aquella terrible bienvenida al campo de Auschwitz-Birkenan: 'El trabajo hace libre'].
Cuando Jesús dice 'bienaventurados los pobres, los que lloran, los que tienen hambre...' no está definiendo el actual estado de cosas, como diciendo: '¡qué bien que seáis pobres!' Son bienaventurados porque en la acción de Jesús están siendo hechos partícipes de los bienes de la creación y así saciados, porque en él encuentran abiertas las puertas del consuelo, porque en él son acogidos por aquel rey bueno que esperó siempre Israel (Salmo 72) y que ahora es Dios mismo que en Jesús acoge a su lado a los pequeños para hacerlos sentar a su mesa.
Las bienaventuranzas van entonces a la par que la transformación del mundo, por eso quien no entra en su dinámica, quien no ofrece pan a los pobres, no consuela a los que lloran o levanta la causa de su tristeza, quien no abandona la violencia, quien no vive la misericordia... queda fuera del Reino, como hace saber Lucas cuando, después de las bienaventuranzas, sitúa los ayes de Jesús sobre los insensibles (Lc 6,24-26).
Para algunos, las bienaventuranzas no necesitan muchas explicaciones, pues son evidentes al contacto con Jesús que da a luz la alegría en lo profundo de su corazón; para otros, sin embargo, suponen resituarse para participar de esta alegría que trae el Reino que llega. Éstos tendrán que abandonar los juicios inmisericordes, los prejuicios que no dejan al corazón ver con limpieza la novedad de Dios, las injusticias y las violencias que crean llanto... Puede ser entonces que las bienaventuranzas sean piedra de tropiezo para algunos, escándalo porque viven en un mundo que no quieren perder de ninguna manera (Lc 7,22-23).
Sólo una cosa más. Sin la resurrección todo este discurso se agosta bajo el sol de la historia humana. Si Jesús no resucita, sus gestos quedarán sepultados con su mismo cuerpo. Si él mismo no es acogido en la eternidad viva de Dios, sus bienaventuranzas mueren como brotes de almendro que se hacen infecundos por la helada. Las bienaventuranzas son tatuajes gestuales del cuerpo de Jesús que mueren o viven con él. Son gestos que adelanten un futuro que, si no existe, hace que las palabras pierdan su verdad por ilusionantes que fueran. Por eso es en su resurrección donde se convertirán en verdaderas definitivamente.

(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García Martínez. CCS)


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