viernes, 11 de enero de 2019

JESÚS, EL CRISTO SIEMPRE VIVO... 14


14. ¿POR QUÉ JESÚS ELIGIÓ DISCÍPULOS Y A CUÁNTOS ELIGIÓ?

Más allá de la imagen que existe en nuestra mente de un Jesús acompañado desde el principio por doce discípulos a los que habría elegido nada más iniciar su actividad y que conservó hasta el final como su círculo personal y único, los evangelios presentan una realidad más matizada. Jesús quería poner en estado de expectación receptiva a todos los miembros de su pueblo. Sabía que el Reino de Dios estaba alboreando ya y que había que despertar a todos para que prepararan las lámparas (Mt 25,5-7) y pudieran así disfrutar de la llegada del Señor. Esto le llevó a compartir su misión propia, la que sólo a él pertenecía, y elegir a algunos de los “despiertos a primera hora” para que anunciaran con sus mismas obras y palabras esta llegada inminente (Lc 10,1-11). Para algunos quizá fue un encargo puntual o sólo en un lugar y tiempo delimitado, a otros les pedía poner a su disposición su casa como centro de actividades o como lugar de descanso o enseñanza (Lc 10,38-42), a otros les pedía un acompañamiento incondicional (Mc 3,14-15). Había entre sus seguidores hombres y mujeres (Lc 8,1-3). Hombres y mujeres con la vida renovada, que habían sentido la atracción de una palabra veraz, de unos gestos vivificadores o incluso la liberación personal desde una vida perdida o anulada, como por ejemplo María de Magdala (Lc 8,2). En cualquier caso la iniciativa era siempre de Jesús. Él llamaba y uno debía decidir si aceptaba la llamada.
Una cosa es clara: Jesús no era uno de esos que de inicio dice 'si no lo hace uno mismo..., mejor es hacerlo que mandarlo...,' lo cual dice muy poco de la confianza que depositan en los demás. Desde el inicio compartió su misión aun sabiendo que era suya propia, compartió su poder y su sabiduría, ofreció el Reino no sólo con su presencia personal, sino también a través de sus enviados (Lc 10,16. Algunos fueron elegidos como una pequeña ciudad luminosa en medio de un mundo lleno de oscuridades (Mt 5,14-16). Por eso, se entregó a ellos con especial interés, no para abandonar a los demás, sino para llegar a todos. Les enseñó y alentó, les amó y corrigió como una presencia de señorío y amistad especial para que su vida se llenara de lo necesario para hacerse signo del Reino que Jesús traía consigo desde Dios.
En un momento determinado, un gesto tuvo especial importancia para él: de entre sus seguidores consagró un grupo especial a su alrededor, el grupo de los doce (Mc 3,13-19). Con este gesto quería significar que ahora todas las tribus de Israel, es decir, el pueblo entero, eran convocadas de nuevo por Dios para renovar definitivamente la antigua alianza. Más aún, este gesto, unido a las comidas abiertas de Jesús con los doce en torno a sí, parecía mostrarse como signo de aquel final de la historia donde Israel sería luz de las naciones y todos los pueblos subirían a Jerusalén, al encuentro del Señor (Is 2,2-5). Mateo resumirá esta idea cuando al final del Evangelio Jesús resucitado envíe a los doce a todos los pueblos para anunciar que con su vida y muerte se ha abierto el final de los tiempos y el amor de Dios ha sido derramado sobre todos (Mt 28,18-20).
Una vez que se extienda la Iglesia y comiencen a formar parte de ella los no judíos, el signo de los doce ya no será necesario y perderá importancia, pero en el contexto de la fe israelita en la que vive Jesús tuvo gran relevancia: hacía saber que el Reino que llegaba buscaba acoger a todo el pueblo de Dios y no sólo a una parte de él. Por otra parte, este grupo hará de puente para siempre entre la historia de Jesús en un tiempo concreto y la historia posterior de la Iglesia en todos los tiempos.
Hemos de decir igualmente que quienes acompañaron de cerca a Jesús elegidos por Él para hacerles partícipes de su Espíritu y enviarles a liberar a los hombres en su nombre, habrían de pasar por la crisis de su muerte. Cuando Jesús les fue arrebatado no supieron ser suyos, no supieron cómo resistir. Sólo al volver Jesús como Señor vivificado y vivificador con la eternidad de Dios en su misma carne y hacerles partícipes de su Espíritu, pudieron los discípulos ser apóstoles, testigos llenos de fe y poder de vida para todos. Sólo porque fueron enviados por Jesús durante su vida, pudieron anunciar el Reino ya amanecido. Sólo porque él ya resucitado renovó su elección con el don de su Espíritu, pudieron hacerse testigos vivos del perdón renovador de Dios que salva el mundo. Testigos de que en su resurrección el mundo y la vida se estaban rehaciendo definitivamente en Dios.

(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García Martínez. CCS)

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