jueves, 10 de enero de 2019

JESÚS, EL CRISTO SIEMPRE VIVO... 23



23. VIVIR EN CRISTO. ¿ES ACASO JESÚS UN LUGAR PARA VIVIR?

Entre el descubrimiento de Cristo resucitado y la culminación de su obra cuando todos participen de su cuerpo glorioso, el creyente sabe que no está solo en una vida desarraigada a distancia del final, sino que está habitado por su Espíritu. Percibe que existe una relación de intimidad en la que la soledad temerosa en medio del desierto de la vida ha sido rota por una fuente interior de fe y vida abierta por Cristo mismo (Jn 7,37-39). Jesús ha entregado al creyente el mismo Espíritu que le unía con el Padre. Este Espíritu vincula interiormente al creyente a Cristo resucitado haciéndole vivir de su misma vida. Esto se expresa en los libros del NT de varias formas, entre las que sobresalen tres.
La primera resalta que el Espíritu hace reconocer a Cristo como el Señor. 'Nadie puede decir Jesucristo es el Señor si no es en el Espíritu' (1Cor 12,3). Es decir, sitúa al creyente en una relación de escucha, aceptación y obediencia a su vida y su palabra en la que le otorga el señorío sobre su existencia sabiendo que, entregándole su libertad, va a ser liberado de todos los poderes irrelevantes y opresores del mundo, y va a encontrar la plenitud de la vida. Todo entonces es vivido bajo su señorío: muerte y vida, acontecimientos y decisiones, dolores y esperanzas (1Cor 13,31; Rm 14,7ss). Jesús se hace referencia última y definitoria de la vida y su destino. Esta perspectiva es especialmente marcada por san Pablo en sus cartas.
Por otra parte, este Espíritu mueve interiormente al creyente hacia Jesús y hace que le reconozca como el hombre verdadero, como aquel que ofrece la verdad y el camino de la realización de lo humano. Por eso dispone al seguimiento de Jesús, a la asimilación de sus sentimientos y pensamientos, a la continuación de sus gestos de hospitalidad, entrega y alabanza. Jesús mismo se hace camino de comprensión, transformación y transfiguración de la propia vida. Su historia debe ser acogida, meditada y actuada como propia. Ésta es la perspectiva que presentan los evangelios sinópticos que ofrecen a Jesús como espacio de identificación creyente poniendo a los discípulos como ejemplo de este itinerario.
Por último, este Espíritu inserta en las corrientes del amor divino de tal forma que la relación con Cristo aparece como una experiencia amorosa, de amistad profunda en la que el creyente se descubre amado hasta el extremo. Jesús se muestra como el amigo que confía los misterios profundos de su corazón a los suyos (Jn 15,15) y que entrega su vida por ellos (Jn 15,13). El discípulo sabe entonces que no entrega su libertad a un señor despótico, ni se inserta en un seguimiento que le carga de normas opresivas. Se comprende, por el contrario, como discípulo amado que puede vivir del amor permanentemente recibido. En él puede soportar la dureza de la cruz impuesta por el pecado del mundo sin ceder a la sospecha sobre Dios o a la desesperanza y el odio frente a las obras de los hombres. Ésta es la lógica del Evangelio de Juan, donde los discípulos amados de esta forma son hechos testigos de este amor y perdón de Dios delante de todos.
Jesús es, por tanto, para el creyente alguien en quien vivir, del que vivir, bajo el que vivir. La verdadera casa donde la hospitalidad de vida acoge el cansancio y el agobio (Mt 11,28-30; Jn 1, 38-39) y el hombre se renueva y se prepara para construir en el mundo hogares nuevos en su nombre (Rm 15,7).

(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García Martínez. CCS)

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