viernes, 11 de enero de 2019

JESÚS, EL CRISTO SIEMPRE VIVO... 5



5. ¿ALGUIEN ESPERABA A JESÚS?

Jesús nace en un pueblo que cree firmemente que Dios guía la historia y que lo hace para dar a sus elegidos una tierra donde puedan vivir sin carencias ni amenazas, en armonía y paz. Este espacio de vida está descrito en los textos del AT con muchos símbolos, entre los cuales 'tierra prometida, nueva Jerusalén, cielos nuevos y tierra nueva, reinado de Dios' son especialmente relevantes. Dios llevará al pueblo -lo ha prometido- a una tierra nueva que aún no existe y que está definida por las bendiciones del cielo.
Además, el pueblo de Israel ha experimentado cómo Dios le conduce a través de hombres que dirigen, protegen y orientan al pueblo: de Moisés a los reyes, de los jueces a los profetas, de los sacerdotes a los sabios un amplio grupo de hombres han sido elegidos para representar de múltiples formas el pastoreo de Dios mismo sobre el pueblo. Sin embargo, la fe del pueblo ha aprendido, a golpe de malas experiencias, que sólo Dios es un pastor bueno y justo, sin sombra de intenciones ambiguas (Salmo 23). Si sus elegidos podían guiar un trecho del camino hacia esa nueva tierra, nunca se llegaba finalmente y algunos de ellos traicionaban visiblemente su misión (Ez 34). El peso de la vida con sus sufrimientos, injusticias y violencias... y la habitual amarga frustración frente a los líderes, había creado en el pueblo una expectativa más amplia: la esperanza de una presencia de Dios mismo como guía del pueblo o de un nuevo pastor fiel a su palabra y compasivo con los pequeños (Salmo 72); la esperanza de una vida en la que ni el llanto ni la muerte tuvieran poder, donde todo enemigo del pueblo y de la paz fuera desarmado y vencido (Is 9,1-6). Esto es lo que se ha venido a llamar esperanza mesiánica, que se expresa en los textos bíblicos de muchas formas y que vivía en la mente de los contemporáneos de Jesús con unos contornos más o menos definidos y con más o menos fuerza según grupos.
Lo que sí parecía claro es que Dios actuaría con fuerza, como Señor y rey soberano que somete a toda realidad contraria para traer la paz. Humillaría a sus enemigos -los enemigos del pueblo-, vengaría las injusticias cometidas con los pobres y daría a los suyos un corazón nuevo donde su ley naciera sin oposición, haciéndose una con la misma vida del hombre, resistente a los engaños del pecado (Jr 31, 31-34). Algunos, en los años anteriores y posteriores a los que Jesús saliera a la luz pública, habían dicho: 'ya está aquí, seguidme', y habían amotinado al pueblo contra los ocupadores romanos, pero su fracaso manifestará que no era en ellos donde nacía la esperada soberanía de Dios. Otros, como Juan el Bautista, invitaban a prepararse con urgencia, pues era inminente la llegada del juicio transformador de Dios. Otros, como las comunidades esenias de Qumrán, se retiraban de la sociedad establecida para crear ese mundo nuevo y ofrecerse como espacio donde Dios pudiera habitar, ya que su pueblo y su templo se habían hecho indignos de Él.
En este ambiente apareció Jesús. 'Discreto' en un principio como quien surge del mundo cotidiano e irrelevante de la gente común, 'exuberante' como heraldo que convoca a todos en las plazas de los pueblos y en lo alto de los montes para recomenzar esta vieja historia ahora bajo la soberanía recreadora de Dios.
¿Era Jesús el Mesías al que esperaba el pueblo de Israel? Si se responde que sí hay que añadir que lo esperaban en otra forma, tan distinto que mayoritariamente no lo reconocieron. Si se dice que no hay que añadir que en él se daba respuesta a los anhelos profundos que habitaban las experiencias mesiánicas tal y como alguno descubrieron. El mismo Jesús, que dejó que lo consideraran Mesías, parecía, sin embargo, contradecir las expectativas. Sus discípulos irían descubriendo que lo que anhelaba su corazón estaba envuelto en miedos y prejuicios, y que sólo Jesús sabía revelarlo verdaderamente. Irían descubriendo que los deseos primeros de los hombres son demasiado estrechos de miras y viven de la pequeñez y la angostura del corazón humano. Irían descubriendo que sólo dejándose guiar por Jesús reconocían el mundo nuevo y gozoso que esperaban de Dios, su reinado de verdad y vida (Jn 6, 67-69).
De esta manera, muchos que creyeron al principio que Jesús era el Mesías, lo abandonaron a mitad de camino cuando no actuó según sus expectativas mesiánicas. Sólo algunos que resistieron, con la fascinación y las dudas luchando en su corazón, descubrieron que la presencia de Dios es más grande que lo que nos imaginamos aun cuando se presenta por caminos tan pequeños que ni siquiera parecen dignos de un simple buen judío.
Hoy mismo siempre esperamos a Dios y desearíamos a Jesús según nuestra lógica y deseos, pero éstos también deben dejarse vencer para que descubran la fuente que los alienta de fondo. También hoy existen mesías y mesianismos que dicen 'venid, soy yo', pero la prueba de fuego para todos es, como veremos, no sólo si saben vivir para crear vida, sino si saben morir dando vida. He aquí lo que resultó escandaloso finalmente: un Mesías crucificado. Pero de esto habremos de hablar más adelante.

(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García Martínez. CCS)

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