viernes, 11 de enero de 2019

JESÚS, EL CRISTO SIEMPRE VIVO... 15



15. ¿QUÉ PENSÓ LA GENTE DE JESÚS?

Jesús nunca dejó indiferentes a los que se cruzaban de cerca con él. Algo tenían sus palabras y acciones que tocaban ese núcleo íntimo donde todo hombre se siente afectado y no puede no reaccionar, no responder, no definirse. No importaba si eran hombres instruidos como los letrados y sacerdotes u hombres con la simple sabiduría popular de los refranes, daba lo mismo si eran varones o mujeres, si eran poderosos o excluidos incluso del poder sobre su propia vida... todos sentían en presencia de Jesús que sus acciones y palabras les afectaban directamente. Las mismas palabras y gestos hablaban diferentes lenguas a la vez según el nivel y la situación personal en la que se encontrara el que los contemplaba o escuchaba.
Ésta es la razón de que la gente se admirara, de que se comentara y extendiera su fama de ser un hombre con una 'autoridad y libertad inaudita' frente a todo y a todos (Mc 1,22).
Sus mismos gestos eran francamente provocativos, es decir, llamaban a definirse ante él sin poder ser manipulados y poniendo en crisis las inercias sociales y personales. Jesús vivió con una libertad de palabra y de acción que sorprendía hasta tal punto que nunca se le terminaba de situar del todo desde las figuras que sus contemporáneos tenían en su imaginario (profeta, sabio, maestro...). Siempre era eso, pero con un “pero”.
Ante sus dichos y parábolas se podía decir: “Dios nos trae el perdón y la paz” o “este hombre quiere destruir todo el orden de justicia” (Lc 15,11-32; Mt 20,1-16). Se podía encontrar alegría al sentirse invitado a las riquezas del Reino o la tristeza de encontrarse atado por los afanes del mundo (Mc 10,17-31). Ante sus gestos se podía percibir cómo la misericordia de Dios saltaba como un torrente fecundo arrastrando toda la maleza depositada en los cauces antiguos de la humanidad o un miedo extraño porque parecían destruirse los estrechos caminos que dan seguridad al hombre.
Por eso unos sintieron que Jesús les abría las puertas del cielo, que en él Dios se acercaba, que aparecía su bendición misericordiosa... y creyeron que era el Mesías. Tanto es así que, en algunos momentos, trataron de convertirlo en cabecilla de una revuelta socio-política, de hacer de él un líder social, pero Jesús se escabullía siempre, pues éste no era su camino ni su misión pasaba por una forma política de vincular al pueblo (Jn 6,15).
Otros sintieron que Jesús perturbaba sus certezas, destruía su seguridad y su poder, que Dios era arrancado de su espacio de santidad habitual y, por tanto, que Jesús era un lobo disfrazado de cordero, que era Satán mismo quien actuaba detrás de su supuesta benevolencia (Mc 3,22). Éstos quisieron desprestigiarle con preguntas capciosas y acusaciones frente al pueblo... un conflicto que finalmente sería mortal para Jesús mismo, como deja constancia Marcos desde el principio de su evangelio (Mc 3,1-6).
Un grupo más pequeño se confió a él sorprendidos por su novedoso y grato anuncio del Reino (¡ya está aquí!), atraídos por sus gestos de vida, seducidos por su confianza y libertad que les arrancaba de toda preocupación intrascendente (Mt 6,25-34). Se confiaron a él sin comprender del todo, sin saber responder por qué decía algunas cosas y actuaba de ciertas formas, y con miedo a los poderes de este mundo que parecían aliarse contra él. Estos creían en él con una fe que se demostró finalmente como amor débil, que quería arraigarse del todo en Cristo, pero que se encontraba con la pequeñez de las propias fuerzas. Éste es el grupo que Jesús iría modelando con sus ideas, sentimientos, afectos. Al que iría haciendo partícipe de su misma existencia. A éstos los situó en su propio espacio vital, aquel en el que él era y se sentía Hijo amado de Dios haciéndoles pronunciar aquella palabra que en verdad sólo le pertenecía a él mismo delante de Dios: 'Abba, Padre' (Lc 11,2-4).
Muchos hablaban de Jesús y comentaban quién podía ser. Algunos decían que era uno de los grandes de antaño que Dios había vuelto a enviar (Mc 8,27-28). Otros decían: 'Pero, ¿quién te crees que eres tú para actuar así?' (Mc 11,28). Algunos, como los discípulos más allegados y María, iban guardando todo en su corazón y lo meditaban con paciencia. Es a éstos a los que se presentó resucitado y a los que dio su Espíritu para que les llevase a la verdad completa (Jn 14,25-26). Por eso, sólo a través de estos últimos conocemos realmente el misterio íntimo de Jesús, más allá de los nombres y los títulos que se le dieron en vida, más allá de las acciones y palabras que no son sino reflejo fragmentario de su ultimidad personal, que sólo sus amigos descubrieron (Jn 15,15).

(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García Martínez. CCS)


1 comentario:

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