viernes, 11 de enero de 2019

JESÚS, EL CRISTO SIEMPRE VIVO... 13



13. ¿QUÉ SON LOS EXORCISMO DE JESÚS?

Los evangelios están llenos de referencias a Satán y a los demonios. Si a una parte de nuestra sociedad esto le hace pensar en historias para crédulos que no contienen ninguna verdad, hay que decir que el tema es actual a la vista, por ejemplo, de la cantidad de películas obre él y del éxito de algunas de ellas. En los evangelios sinópticos (especialmente en Marcos), Jesús aparece desde el principio en lucha contra Satán, tal y como queda simbolizado en las tentaciones (Mc 1,12-13; Mt 4,1-11; Lc 4,1-13). En el evangelio de Juan, Satán aparece como príncipe despótico de este mundo (Jn 12,31). No se puede hacer como si el tema no estuviera ahí; pero, ¿qué decir?
Desde siempre el hombre ha sabido, por experiencia, que no dominaba enteramente su vida, que estaba sometido, más allá de su voluntad y a veces en contra de ella, a poderes y fuerzas autodestructivas, tanto a nivel individual como a nivel social. La sospecha sobre los otros, incluso sobre los más cercanos; las acusaciones compulsivas contra los demás que encubren nuestros miedos o envidias; el odio a los semejantes y el enfrentamiento con ellos incluso hasta su eliminación física... Todos estos dinamismos sentidos como perversos por casi todas las culturas son, sin embargo, justificados cuando son propios. El hombre es engañado y termina aceptándolos como justos y necesarios. Algo parece dominar negativamente lo humano del hombre y la mujer, y llevarlos a vivir no sólo de lo que le da vida, sino también de lo que la degrada o la destruye. Parece existir algo que se apropia de nuestra manera de pensar, de sentir, de actuar, incluso de creer, que deforma el impulso de la vida y del amor, de la armonía y de la paz que todos parecemos anhelar. Algo se hace uno con nosotros y nos roba parte de nuestra libertad y nuestro ser. Hay veces que esto aparece en forma excesiva como en la perversidad violenta e insensible de algunos hombres y mujeres, o en el sufrimiento humano que conllevan algunas enfermedades mentales que vuelven al hombre o a la mujer contra sí mismo o contra otros de manera irracional y destructiva.
Lo peor es que parece que no tenemos fuerzas para arrancar esta forma parásita de existencia que nos habita y nos va infectando la vida mientras, sin querer, la alimentamos con nuestras acciones y pensamientos en una especie de círculo vicioso laberíntico. Podríamos gritar con Pablo: '¿Quién me librará de este cuerpo que es portador de muerte?' (Rm 7,24)
Nos atreveríamos a decir que en su origen último está el miedo. Miedo a ser nada y no resistir la propia pequeñez en confianza. La historia de Satán en el mundo es la historia de quien ha sabido aprovechar el miedo del hombre cuando se veía frente al abismo de sus límites: solo, hambriento, olvidado, sin poder o relevancia, atacado por la muerte... Entonces algo parece ofrecer fuerza y plenitud, compañía y sabiduría instantánea. Fausto es en Europa el representante de este hombre miedoso que vende su alma al diablo para hacerse fuerte y superar sus límites. Pero el diablo, como bien ha visto el evangelista san Juan, es el padre de la mentira, siempre engaña. Hace creer al hombre que podría vivir sin límites por sí mismo, sin dolor, sin... sin muerte. Le hace creer que podría hacerse Dios y así le impulsa incluso a asesinar (Jn 8,44). Pero Satán siempre aparece finalmente para cobrar sus estipendios, que son nuestra propia perdición, ya que se alimenta de nuestra propia degradación, de la muerte de nuestra humanidad. Su personalización en el mundo coincide con nuestra deshumanización.
Jesús sabe que no están poseídos sólo los hombres que han perdido su voluntad y se autodestruyen (Mc 5,1-20), sino toda la sociedad que vive como hija de los consejos del miedo y la mentira en vez de la fe (Jn 8,39-47). Jesús quiere librarnos de este engaño que arruina nuestra vida y lo hace no dejando que Satán se adentre en el interior de su corazón y parasite su vida. Su misma vida es el espacio donde Satán pierde todos sus poderes. Lo hace además arrancando al hombre de aquel miedo que lo despersonaliza. Pero, ¿cómo? Fundamentalmente mirándole como Dios le mira, haciendo realmente cercana la presencia amorosa y acogedora de Dios y posibilitando la confianza frente a una humanidad que enseña a desconfiar y a vivir escondiéndose, mintiendo, acusando y agrediendo siempre por miedo. Jesús hace libre al hombre pues lo libera del miedo a morir. Sus exorcismos consisten en desvelar la mentira de Satán, en mostrar cómo promete vida, pero sólo puede ofrecer muerte.
Sólo la fe en Dios como fuente absoluta de vida, también en situaciones de desierto (Lc 4,1-4), de muerte (Lc 4,9-12), de impotencia y pequeñez (Lc 4,8-12), de dolor, violencia y limitación (Mc 14,33-36), hacen que el diablo no encuentre hogar en la tierra y el hombre viva libre. Y es la presencia de Jesús que vive sólo de su radicación en el Padre y de su aliento vivificante, el que nos puede liberar de la mentira que desde tan adentro nos domina. Cristo, que no se dejó habitar por la desconfianza ni siquiera en el último ataque de Satán en la cruz, se convierte en nuestro refugio para creer que también en tiempos difíciles nuestra debilidad de su mano puede hacerse fuerte (2Cor 12,7-10). El poder del diablo se desvanece y el hombre es exorcizado radicalmente.

(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García Martínez. CCS)

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