viernes, 11 de enero de 2019

JESÚS, EL CRISTO SIEMPRE VIVO... 8


8. ¿POR QUÉ JESÚS HABLABA EN PARÁBOLAS? ¿QUERÍA EXPLICAR O ESCONDER?

Parece que las parábolas no eran tan claras ni tan sencillas como demasiadas veces pensamos. Serían -nos decimos- una forma de explicar evidente y clara en sí misma que adapta el mensaje a los más simples. Sin embargo, en los mismos evangelios nos encontramos huellas de la dificultad que tienen para ser comprendidas. Muchos no entienden, otros las rechazan al ver en ellas mensajes subliminares, e incluso los mismos discípulos parecen necesitar una explicación en privado (Mc 4,10). En ellas nos acercamos a la forma más característica de hablar de Jesús que, como su misma vida, parecen esconder un misterio que sólo se le entrega a quien sabe mirar con ojos nuevos confiándose a él.
Lo primero que habría que decir es que se trata de un género literario que hace entrar en la realidad por caminos inusuales, que revela que existen realidades que, sin embargo, no se pueden apreciar con la forma de mirar que tiene el hombre y la mujer en su vida cotidiana. No hablan, por tanto, de realidades extrañas, pero lo hacen de tal manera que produce sorpresa al descubrir un camino nuevo de llegar a donde ya se está y ver todo de otra manera. Las parábolas intentan, por tanto, que nos re-descubramos y nos re-conozcamos a través de episodios cotidianos presentados en una forma nueva.
Ahora bien, nuestra forma de mirar, pensar, entender... depende de nuestra forma de vivir y tiende a justificarla, por eso decimos que no sólo vivimos como pensamos, sino que sobre todo pensamos como vivimos (individual y socialmente). Por eso, cambiar la forma de mirar supone poner en tela de juicio la forma de vivir. Quien escucha las parábolas de Jesús y cree saber ya cómo, cuándo y por dónde viene Dios, o cómo es y cómo reacciona, se sentirá sorprendido y urgido a cambiar no sólo de pensamiento, sino también de forma de vivir. Bastaría, por ejemplo, citar las parábolas del hijo pródigo (Lc 15,11-32), del buen samaritano (Lc 10,25-37) y la de los trabajadores contratados a diversas horas (Mt 20,1-10).
Las parábolas describen el mundo tal y como lo ve y lo vive Jesús mismo, hablan de su íntima experiencia de Dios y, desde ella, del mundo. Por eso las parábolas sólo se entienden desde las acciones de Jesús y éstas se comprenden desde aquellas. En este sentido, Jesús no sólo explica cómo es Dios, sino que invita a entrar en una nueva forma de existencia que posibilita percibir el misterio escondido de su actuación y su presencia eterna y a la vez nueva, que posibilita ver cómo se va renovando el mundo y cómo Dios ejerce su soberanía en él. Valga remitir a las parábolas del trigo y la cizaña (Mt 13,24-30) o de la levadura en la masa (Mt 13,31-33).
Por eso, las parábolas son comprendidas fundamentalmente por los sencillos, no por los simples ni tampoco por los entendidos. Es decir, por los que están abiertos a lo nuevo, por los que dejan a Dios ser Dios más allá de sus ideas previas, por los que de la mano de Jesús saben acoger la novedad del Reino de Dios y no intentan reducirlo a sus estrechas formas de pensar y vivir, aquellos que se dejan hacer por Dios.
Pero, ¿de qué hablan las parábolas? Sería necesario leerlas; baste decir a modo de síntesis que hablan del Reino de Dios en cuanto éste está activo ya en el mundo, de su presencia y de sus dinamismos de acción. Hablan de la soberanía de Dios como aquella pequeña semilla ya sembrada, escondida y fecunda, que da fruto más allá de su aparente pérdida en este terreno tan improductivo que es la historia humana. Una fecundidad capaz de hacer de una pequeña semilla un hogar para una multitud de pájaros de todas clases... También hablan de la misericordia de un padre que rehabilita a su hijo contra los dictados de la justicia cotidiana, con una justicia de amor sobreabundante, un Dios que se hace extranjero pudiendo habitar en los corazones que parecían no aptos como los de los samaritanos, o de la locura de un Dios pastor que no soporta la pérdida de una de sus ovejas y parece abandonar las otras para buscarla...
No basta, por tanto, escuchar para entender, dejarse llevar, abrirse a lo nuevo. Será necesario igualmente confiar en las acciones de Jesús, extrañas, provocativas, sorprendentes..., que, sin embargo, hacen intuir a los sencillos de corazón la buena noticia esperada. Veremos más adelante cuáles son estas acciones. Aparece claro entonces que la comprensión de las parábolas exige la fe en Jesús y no sólo en Dios, exige creer que su palabra da acceso al misterio de gracia de Dios que ahora se abre para el que tenga ojos para ver, para el que tenga un corazón limpio para escuchar y una voluntad firme para decidirse por ella.

(Jesús, el Cristo siempre vivo; Francisco García Martínez. CCS)

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