domingo, 14 de octubre de 2018

El Espíritu. Misterio de Dios y del mundo...19


EL ESPÍRITU, Misterio de Dios y del mundo
EFUSIÓN

19. ¿Crea entonces el Espíritu una Iglesia introvertida hacia Cristo separándola del mundo?, ¿nos convierte en una secta?
El Espíritu en su efusión definitiva, donde se revela plenamente, aparece en un primer momento como don de reconocimiento y recreación filial, por tanto, como vinculación con Cristo. Es Espíritu de filiación por cristificación. En este sentido, produce una cierta segregación, es decir, lleva al ser humano a la raíz de su ser en este encuentro de concentración radical en Cristo, y esto lo realiza individual y socialmente. De esta manera separa, produce una comunidad alternativa al mundo tal y como este se reconoce y se vive. Además esta comunidad, y cada creyente en ella, no vive su identidad como una forma de existencia entre otras, sino que ha adquirido la conciencia de que habita o es habitada por la forma plena de lo humano. Esto significa que, en el fondo, la Iglesia no se separa asincrónicamente de los otros, sino diacrónicamente, es decir, es hecha testigo sacramental del futuro de todos. Por eso inmediatamente el Espíritu de segregación (o de identificación frente a) se convierte en Espíritu de ensanchamiento hacia todos. El Espíritu obliga a la Iglesia a una continua extroversión, a la entrega de lo recibido como patrimonio de todos, como patrimonio en ella destinado a todos. Esta es la responsabilidad suscitada por el Espíritu en nombre de Cristo. Los relatos de aparición y reconocimiento del Resucitado que significan el nacimiento de la Iglesia como lo distinto del mundo son, en ese mismo instante y a la vez, relatos de envío. O dicho de otra manera, la Iglesia no es ella misma sino convocando a todos a la comunión con Cristo, en el que se halla la verdad de todos. Una y otra realidad la produce el Espíritu entregado (Jn 19,191-23; Lc 24,46-49).
La oración de Cristo por sus discípulos para que sean uno en el interior de su relación paterno-filial con Dios, que recoge el evangelio de Juan, se expande luego en una misión donde la unidad es vinculada a la reconciliación final de todos (Jn 17, 18-21; también Hch 2,1-11; 8,26-40; 10,9-48). Todos los pueblos entran en el designio salvífico de Dios de forma que este se cumplirá radicalmente cuando Él sea ‘todo en todos’ y su comunión trinitaria sea hogar definitivo de la humanidad ya sin fronteras en el Hijo.
Por tanto, el Espíritu mantiene la separación en orden a la comunión. La Iglesia no es el mundo sin más y no es comparable a ninguna institución de este mundo. Está por encima de ellas en significatividad salvífica, ya que es portadora de la revelación definitiva de Dios, lugar de recreación plenificadora del ser humano y del mundo. Esto no significa que deba dominar y estructurar los ámbitos de organización del ser humano en la historia, pues la revelación se ofrece a la libertad de fe. Por otra parte, el Espíritu mantiene la unidad con el mundo obligando a la Iglesia a reconocerse no sólo de la misma carne y sangre, con sus mismas esperanzas y anhelos, tristezas y sufrimientos (GS 1), y también con sus mismos pecados, sino con el mismo destino que ella tiene la suerte de poder celebrar participativamente, pero en cuya celebración reconoce el hueco de los que aún no le han conocido y lo hace en un envío permanente de la celebración de la misión.

(El Espíritu, Misterio de Dios y del mundo; Francisco García Martínez. Ed. CCS)

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