martes, 16 de octubre de 2018

El Espíritu. Misterio de Dios y del mundo...4


EL ESPÍRITU, Misterio de Dios y del mundo
PROLEGÓMENOS

4. ¿Por qué no vivir en la superficie y dejarse de cavilaciones irresolubles?
¿Por qué no renunciar a la armonía y acogerse (como parece invitar el Eclesiastés) a los dones de la superficie renunciando a un sentido total? Por otra parte, ¿es posible renunciar a la relación con el Espíritu?, ¿qué significaría esta renuncia en la práctica?
Significaría renunciar a la dirección del movimiento, al sentido interno de las cosas más allá de los hechos fácticos. Por tanto, acomodarse en la contemplación de un mundo sin esperanza para el ser humano, que no sería más que una chispa de luz consciente en la inmensidad de un abismo de oscuridad inconsciente, indeterminada y, por tanto, una presencia vana, sin más sentido que el de una piedra o una galaxia desconocida. El ser humano podría esperar pequeños gozos, eso sí, en el interior de la facticidad de sus movimientos psicofísicos.
Sin espíritu desaparece la vida espiritual. O por decirlo con palabras de menos calado religioso, desaparece el sentido, la dirección y, finalmente, toda fundamentación última de responsabilidad. El acto de la interacción física, química, psíquica, social se convierte en absoluto en sí sin referencias definitivas o definitorias de su verdad. El ser humano aparece entonces como conciencia del vacío universal, como conciencia de su inconsistente e inútil vida. ¿Qué más da haber nacido que no? La belleza y la moral serían sólo la ilusión de una ‘psiqué’ orgullosa que terminaría preguntándose para qué piensa si sus preguntas sólo le conducen a abrumarse con el eco vacío de los universos máximos y mínimos de la vida. “Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro”, afirmará la secuencia de Pentecostés.
Pero, paradójicamente, es el mismo Espíritu el que obliga al ser humano a percibir en su inconsistencia una pregunta que le remite a su ser mayor que sí mismo aunque sólo sea en sus preguntas y, por tanto, a entregarse a una esperanza difícil, pero alentadora, en que quizá todo apunte a algo diferente. Como algunos han dicho, como a un tapiz que se construye por detrás y no es visible en su armonía hasta el final cuando se da la vuelta.
Hay que preguntarse si la exuberancia de posibilidades técnicas que se ha despertado en el ser humano en estos últimos siglos, su capacidad de manejar los recursos del mundo, su capacidad para orientarlos en un sentido, no le ha ofuscado cegándole para comprender que no es capaz de dar un sentido último a la realidad. El ser humano parece haberse instalado en este plano de los hechos y su manipulabilidad olvidando o negando la pregunta por un fundamento de fondo que sostiene la complicidad ‘in fieri’ del todo. El ensimismado desarrollo técnico del último siglo tiene en su haber, junto a sus muchos logros, una pérdida de horizontes y confianzas últimas que sólo da ese espíritu inmanipulable de la realidad. Y, a la vez, como una especie de venganza, el espíritu parece haberse retirado, dejando a miles de espíritus en lucha apoderarse de esta casa humana que creyó poder prescindir de él (Is 54, 7-8).
Se expanden las esencias vulgares, irracionales, interesadas… en la presencia de fuerzas espirituales, horóscopos, ángeles, suertes y destinos varios… Nuevos oráculos se apoderan del ser humano ocupando su vacío interior. El ser humano no sabe vivir huérfano de espíritu y quizá esto no sea, como se empeñan muchos en afirmar, signo de nuestras ataduras a una psicología primitiva e infantil. El ser humano busca al Espíritu entre lo antiguo y lo nuevo para encontrar una esperanza en este mundo estrecho de la técnica. Quizá su credulidad sólo sea una súplica, un gemido que anhela una verdad honda y real. Que diremos: “Espíritu creador… salva al que busca salvarse”, como suplica el himno ‘Veni Creator’.

(El Espíritu, Misterio de Dios y del mundo; Francisco García Martínez. Ed. CCS)

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