lunes, 22 de octubre de 2018

COMPASIÓN SILENCIOSA...9


La tangente de la historia…2
Sin pensamiento profético, es decir, sin ese pensamiento autocrítico que aprendimos inicialmente de los judíos, toda religión se vuelve idólatra y egocéntrica. Pero, si bien la Reforma trató de reformar la situación, la suya no fue fundamentalmente una recuperación de la tradición contemplativa. Antes bien, el cristianismo se volvió aún más impetuoso, más retórico, más discutidor que antes. Y, como se sabe, aquel acontecimiento estuvo acompañado por la invención de la imprenta, que tuvo como efecto fomentar en el hemisferio izquierdo del cerebro, en las dos modalidades (la buena y la mala), el pensamiento racional. Era algo que tenía que suceder. Teníamos que pasar por ello.
Pero ahora parece que hemos llegado al final de esos cinco siglos de interminable disputa dentro del cristianismo, de la que el mundo está ya más que cansado y a la que no quiere prestarle más atención. Las cuestiones históricas sobre las que nos encontramos divididos ya no interesan a casi nadie, ni a las personas de dentro ni a las de fuera. A las de fuera debe de resultarles muy difícil tomarnos en serio: cada grupo cristiano sostiene ser el único al que Jesús ama realmente, el único que lo sigue correctamente, toda vez que revelamos muy poco del flujo de vida místico, dinámico, trinitario, y de la vida entre nosotros, dentro de nosotros o proyectada a los demás.
Es del todo lógico y natural que los cristianos nos encontremos hoy a la defensiva. En efecto, el Occidente secular no deja de solicitarnos: "Mostradnos el fruto, mostradnos el futuro". ¿De dónde vinieron las dos guerras mundiales? No vinieron de la pagana Asia, como habíamos imaginado, sino de un continente más pequeño que los cristianos creíamos tener prácticamente "en el bote". Todos éramos católicos y cristianos en esta pequeña parte del mundo que se llama Europa. Y sí, fue aquí donde surgieron las guerras mundiales; fue aquí donde tuvo lugar el Holocausto y donde unos pueblos formados en la tradición cristiana se mataron unos a otros dos veces consecutivas en un solo siglo, unos pueblos cuyas preferencias y colonias son tal vez hasta la fecha las más materialistas del mundo. "¿Qué fue del Jesús de ustedes, su ideal y maestro?", se preguntó y debe seguir preguntándose el mundo.
Irónicamente, la práctica de tantos siglos de antisemitismo en la mayor parte de Europa, que preparó el terreno al Holocausto, se parece mucho a matar al propio abuelo. Al separarnos de nuestro abuelo -es decir, de nuestra herencia judía- sin ni siquiera saber que era nuestro abuelo, terminamos matando a ese mismo al que debíamos haber honrado y amado. esto, que podría calificarse de esquizofrenia cultural, permanecerá para siempre como un juicio masivo sobre la inmadurez del cristianismo occidental y nuestra increíble incapacidad para dar en el blanco. También podemos considerarlo como el pernicioso y definitivo fruto del pensamiento dualista, que busca siempre un enemigo, un chivo expiatorio sobre el que volcar los males propios, primigenios.
Cuando perdemos la mente contemplativa, o la conciencia no dual, creamos invariablemente personas violentas. Cuando la mente dualista es impenitentemente discutidora, creamos un continente sumamente discutidor, que después exportamos a América del Norte y del Sur. Esto lo vemos en la política pero también lo vemos en la incapacidad de la Iglesia para crear un sincero diálogo interreligioso. ¡Pero si no somos ni siquiera capaces de hacerlo a nivel intrarreligioso! Los baptistas siguen considerando a los anglicanos unos "perdidos", los evangelistas siguen tachando a los católicos de "ramera de Babilonia", y los católicos seguimos tildando a todo el mundo de herético (¡Ni siquiera los franciscanos somos capaces de unirnos en una sola familia!). Y así, cada uno de nosotros nos escondemos en nuestros pequeños y autocomplacientes círculos. ¡Qué pérdida de tiempo y de preciosa "energía divina"... mientras el mundo sigue sufriendo y desmoronándose! Hemos dividido a Jesús.
La maravillosa filósofa y activista francesa Simone Weil, que vivió siempre en la frontera entre el cristianismo y el judaísmo, quiso que su vida misma fuera un puente: amaba a las dos religiones sin ser capaz de quedarse únicamente con una de ellas. Su gran mensaje fue que el cristianismo se había convertido lamentablemente en una religión separada en vez de reconocer que el mensaje profético de Jesús era necesario para la reforma y autenticidad de todas las religiones.
Pero los cristianos convertimos el cristianismo en una competición, y ya se sabe que cuando uno participa en una competición tiene que dominar el arte de la palabra; así, pronto nos tornamos agresivos y sumamente violentos, y, lo más triste del caso, ¡en nombre de Dios! Pero si no se cortan de raíz los pensamientos y los sentimientos -que es lo que hace la oración contemplativa-, se produce la consabida secuencia: los pensamientos se convierten invariablemente en palabras, las palabras en acciones, las acciones en hábitos, los hábitos en carácter y el carácter en el destino final.
Sin embargo, yo mismo tuve la suerte de verme expuesto a ello como franciscano, y no puedo dudar -ni negar- que siempre estuvo presente una corriente más profunda, la corriente de la contemplación. Nunca fue la corriente principal; esto es algo que tenemos que reconocer con toda sinceridad. En efecto, fue relegada a una posición minoritaria. Todavía hoy, cuando hablamos a la mayoría de los cristianos sobre la contemplación, esta palabra suele sonarles como algo herético, nuevo o innecesario.
Cuando conocemos la Tradición (con mayúscula), la perenne tradición judeocristiana, y descubrimos esta corriente más profunda, es muy fácil comunicarnos con los hermanos y hermanas de las otras tradiciones confesionales. Entonces podemos hablar a partir de una base común. Yo me formé en la tradición ortodoxa católica, y he de decir que, a nivel contemplativo, esta tradición judeocristiana me enseñó a honrar la visibilidad de Dios en todas las tradiciones del mundo. Parece una paradoja, pero no lo es en absoluto. Cuando llegamos a lo más profundo de algo, invariablemente nos topamos con la corriente subterránea más profunda y común.
Se trata de traer de nuevo a Occidente a la que llamamos Tradición Perenne, a la corriente subterránea que todos compartimos. Eso no significa alentar a la gente a abandonar su propia tradición materna. Hay que conocer las normas antes de poder infringirlas propiamente hablando. Hay que ser fieles a -y responsables de- una Tradición, de lo contrario, el decididor siempre será nuestro ego, y nos moveremos fuera del Cuerpo Vivo de Cristo.
En esa corriente más profunda y subterránea, el silencio es mucho más factible porque sabemos que en definitiva todas las palabras son inadecuadas, todas las palabras son defectuosas, todas las palabras son "sí y también". Yo creo que si pudiéramos rodear nuestras religiones de esa especie de humildad, de esa especie de paciencia, este coloquio nos parecería a todos más distendido y natural.

(Fr. Richard Rohr, OFM)

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