lunes, 22 de octubre de 2018

COMPASIÓN SILENCIOSA...17


EL EVANGELIO VERSA SOBRE LA MENTE ALTERNATIVA Y, POR ENDE, SOBRE LA CONDUCTA ALTERNATIVA

Yo empleo frecuentemente el término "ortodoxia alternativa", inspirándome en mi propia tradición franciscana, en la que se da más importancia al estilo de vida que a la corrección verbal. Francisco quería que hiciéramos el evangelio, que nuestras vidas fueran sencillas, afectuosas y alegres, no violentas. Pero yo creo que la razón por la que perdimos esta ortodoxia alternativa es... ¡porque empezamos a perder nuestra consciencia alternativa! Empezamos a interpretarlo todo en términos de una especie de conformidad dualista, fijándonos en un lado de casi todas las cuestiones, lo cual nos relegó al mundo de las palabras, en vez de mantenernos en el mundo de la experiencia, e hizo que dejáramos de primar la práctica real o lo que algunos llaman con el nombre de "ortopraxis". La mente contemplativa no se esconde detrás de las palabras, sino que está en contacto inmediato con la realidad, con la gente, con los acontecimientos -tal y como son-, sin necesidad de análisis ideológicos.
La conciencia alternativa consiste básicamente en liberar nuestra mente de la necesidad de resolver problemas, de organizar la vida de los demás, de organizar la nuestra propia, de reconfigurar el momento porque no resulta de nuestro gusto personal.
Cuando esa mente se ha ido, ya hay otra mente esperando en silencio. A esta yo la llamo conciencia alternativa, una especie de gafas a través de las cuales podemos ver el momento. Pero no podemos experimentar una cosa sin dejar ir la otra, al menos durante un tiempo. Para muchas personas, para la mayor parte de quienes han pasado toda la vida pensando de manera dualista, es como morir, como perder el control, y es precisamente por eso por lo que nuestros místicos católicos llaman esto una y otra vez con las expresiones de "oscuridad" o "conocer a través de la oscuridad". Y también por eso son sin duda tantas las personas que no llegan más alto, a unas fases más maduras en la oración. Quieren luz, no oscuridad. Les gusta pensar, y ya se sabe que pensar es en gran parte comentar y discutir dentro de nuestro cerebro, argumentar con ideas en conflicto o enfrentadas. Pero repito lo que he dicho antes: que debemos liberarnos de nuestra mente dualista al menos un tiempo. Al final, tendremos que volver a ella para terminar las tareas ordinarias; pero ahora las realizaremos de una manera menos compulsiva y arrebatada.
Yo creo que el genio del Dalái Lama y del budismo estriba sobre todo en que no se pierde en metafísicas ni argumentaciones sobre dogmas y doctrinas; simplemente, no entran en ellas. Como dice el Dalái Lama, "mi religión es la bondad; mi única religión es la bondad". Nosotros podríamos tachar esto de pensamiento liviano; pero entonces alguien podría recordarnos que Jesús dijo lo mismo, a saber: "Este es mi mandato: amaos los unos a los otros". Así que esto es también nuestra religión, o al menos debería haberlo sido.
El Dalái Lama no nos dice algo que no sepamos ya, al menos a cierto nivel. La gente dijo lo mismo de la Madre Teresa: que ofrecía sencillamente unas frases jugosas, ¡y la gente se iba citándolas o diciendo que habían cambiado su vida! La contemplación nos hace tener unos ojos limpios, sencillos, una fe sensata y una energía afectuosa que torna convincente cualquier cosa que digamos. Y, por irónico que parezca, también nos permite tratar cuestiones a menudo más complejas de la misma manera sencilla y directa que observamos actualmente en el papa Francisco.
Por eso todos necesitamos encontrar a alguien que pueda servirnos de ejemplo, de modelo. Oriente siempre ha reconocido que la transmisión de la espiritualidad se produce mediante modelos vivientes, a los que llaman con el nombre de gurús, sanniasis, pandits o avatares. es lo que los católicos ortodoxos llamamos "santos". No podemos recibir buenas noticias únicamente mediante conceptos, ideas y teorías. Necesitamos ver y sentir una encarnación viva. "Ella lo ha conseguido, él es un vivo ejemplo, luego también es posible para mí". Es algo que se mueve más a nivel de un sabor, un olor o una impresión táctil que de una idea. El catolicismo reciente se ha basado más en ideas que en modelos vivos. Los cristianos sinceros pueden percibir la santidad, incluso cuando las palabras pueden parecer no ortodoxas. ¡Como también pueden percibir la no santidad en personas que lo hacen todo a la perfección!
Lo que pretendo decir con esto es que las cosas pueden funcionar de otra manera, que una conducta alternativa ayuda también a crear una mente alternativa. "No llegamos a un nuevo modo de vida pensando, sino que llegamos a un nuevo modo de pensamiento viviendo".
No deja de ser interesante que, en la Iglesia oriental, la mayoría de los obispos y profesores, y muchos sacerdotes, fueran monjes primero. Me vienen a la mente nombres como Gregorio Niseno, Gregorio Nacianceno, Gregorio Palamas, Basilio, Atanasio, Cirilo y Evagrio el Monje. En otras palabras, ¡vivir algo con cierta seriedad nos da autoridad para hablar después de ello! Aplicando esto a nuestro tiempo, descubrimos que casi todos nosotros hemos sido ordenados sin demostrar que hemos infundido a otra persona fe, esperanza o caridad. El saber o decir buenas palabras ha podido bastar para ordenarnos. Sin duda por ello no hemos conseguido que hubiera un solo seminario, de cualquier denominación que fuera, que hiciera particular hincapié en la vida contemplativa.
Cada vez que la Iglesia se escindió -primero entre Oriente y Occidente y después a resultas de la Reforma- perdimos parte del mensaje global, al menos yo lo veo así. Y, en siglos sucesivos, las partes olvidadas del evangelio tuvieron que tomar forma en el seno de unas confesiones aisladas que, gracias a Dios, conservaron algunas gemas, aunque por lo general también perdieron otras. Pienso por ejemplo en los menonitas, los cuáqueros, los amish, los waldenses, los pentecostales e incluso en el "Recovery Movement"" y el "Course in Miracles" (estos dos últimos conservaron la perentoria necesidad del perdón y de la curación). Me pregunto si habrá alguna vez una confesión que sea capaz de conservar todos los aspectos de la gran mente de Cristo. Tal vez es porque la naturaleza humana está preparada solamente para prestar atención a unas pocas cosas de valor.
Siempre que veamos un movimiento favorable a la soledad, el retiro, el silencio o cualquier forma de vida apartada, podemos afirmar que nos encontramos ante la reemergencia de la conciencia contemplativa no dual. No podemos pasar días, semanas y meses en soledad si nuestra mente no es diferente. La mente dualista se enfada, se vuelve loca y se aburre con tanto silencio y retiro. Pero la mente no dual no se cansa nunca con esto. Siempre que veamos la reemergencia de eremitas, de anacoretas, o diferencias en el seno de las órdenes sobre el modo de orar, podemos afirmar que se ha redescubierto la conciencia no dual. Esto podemos verlo especialmente en los benedictinos, carmelitas, agustinos y franciscanos; está en el núcleo de todas las rupturas y reformas de dichas órdenes, aunque a veces la pobreza interior que exige la contemplación se confunde con disputas sobre pobreza externa en todos esos grupos, ya estemos/seamos calzados o descalzos, ya ayunemos mucho o poco, etcétera. Es un error muy corriente.
En la España dl siglo XVI, tenemos a un franciscano y maestro espiritual poco conocido, Francisco de Osuna, que enseñó esta senda contemplativa a Teresa de Ávila. Ésta lo llamó el "maestro más grande". Antes de descubrirlo, dijo que la oración mental, que es como la llamaban entonces, la estaba volviendo loca, pues ella sabía que no podía controlar esa cosa tan obsesiva, repetitiva y compulsiva que llamamos pensamiento. En 1961, cuando yo ya era novicio, seguían llamándola oración mental; pero servía en gran parte para concentrarse, cosa que, por supuesto, no funcionaba. La mayor parte de la gente abandonaba la oración muy pronto, sin darse cuenta de que la habían abandonado. Me sorprende que no hubiera más personas que abandonaran la vida religiosa.
Nuestro padre Francisco reúne todos los requisitos del perfecto contemplador. La primera generación de franciscanos, que tanto lo amaban, entre ellos el hermano Elías, no sabía qué hacer con él. Francisco era demasiado sencillo e ingenuo para su manera de pensar dualista, y sin embargo había un grupo de frailes que lo acompañaban a los ‘carceri’ y cenobios por motivos de protección estructural. Eran probablemente los hermanos León, Gil, Maseo y Rufino, y tal vez también Junípero.
Luego están también los maestros intelectuales como Buenaventura y Duns Escoto, que fueron capaces de mantener su sencillez al mismo tiempo que prestaban a la mente contemplativa cierto rigor intelectual. En ellos encontramos lo mejor de los dos mundos, al menos para las personas instruidas. El capítulo séptimo del Peregrinaje del alma hacia Dios (Itinerarium Mentis ad Deum) de Buenaventura es un resumen sucinto de lo que ahora llamamos la centering prayer (oración centrada o del corazón) o la mente contemplativa. Esto lo encontramos frecuentemente en nuestra tradición, pero menos en los últimos siglos. La gente lo ha descubierto por la gracia de Dios o por casualidad, y doy gracias a Dios de haber encontrado en cada comunidad con la que he tenido ocasión de trabajar       varios ejemplos escondidos, silenciosos, de dicha iluminación.
Tras le denominada gran Ilustración (o Iluminismo) de los siglos XVIII y XIX, ya no hubo cabida para la contemplación, pues los contemplativos parecían unos ingenuos, unos pensadores acríticos, unos hermanos legos piadosos. La oración social del oficio divino y de la liturgia mantuvo cohesionados a los católicos y religiosos en sus respectivos grupos, pero por desgracia a menudo convirtiéndose en sustituto y evitación de una verdadera vida interior. La misa diaria era nuestra oración, una oración que se volvió sentimentalista e histriónica, una especie de puesta en escena que nos ofrecía una falsa sensación de comunión, intimidad y misterio; precisamente los dones que se ofrecen generosamente en la contemplación, pero de una manera más honda y perdurable.

(Fr. Richard Rohr, OFM)


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