viernes, 27 de enero de 2017

NEGARSE A SÍ MISMO IIº

NEGARSE A SÍ MISMO IIº
Dios pensó lo que no era y, por el hecho de pensarlo, lo hizo ser. A cada instante, existimos solamente por el hecho de que Dios consiente en pensar nuestra existencia, aunque en realidad no existimos. Al menos, así nos representamos la creación, humanamente y, por tanto, falsamente, pero esta representación encierra una verdad. Sólo Dios tiene el poder de pensar realmente lo que no es. Sólo Dios presente en nosotros puede pensar realmente la condición humana en los desdichados, mirarlos verdaderamente con mirada distinta de la que se dirige a los objetos, escuchar verdaderamente su voz como se escucha una palabra. Ellos perciben entonces que tienen una voz; de otro modo, no tendrían ocasión de darse cuenta.
Es tan difícil escuchar verdaderamente a un desdichado, como difícil le es a él saber que es escuchado tan sólo por compasión.
El amor al prójimo es el que desciende de Dios al hombre. Es anterior al que asciende del hombre hacia Dios. Dios se apresura a descender a los desdichados. En cuanto un alma está dispuesta a dar el consentimiento, aunque sea la última, la más miserable, la más deforme, Dios se precipita hacia ella para poder mirar y escuchar a través de ella a los desdichados. Sólo con el tiempo llega el alma a ser consciente de esta presencia. Pero aunque no encuentre una palabra para nombrarla, allí donde los desdichados son amados, Dios está presente.
Dios no está presente, aun cuando se le invoque, allí donde los desdichados son simplemente una ocasión de hacer el bien y aunque sean amados en ese sentido. Pues están entonces en su papel natural, en su papel de materia, de cosas. Son amados de manera impersonal. Y es necesario aportarles, en su estado inerte y anónimo, un amor personal.
Por eso, expresiones como ‘amar al prójimo en Dios’ o ‘por Dios’ son engañosas y equívocas. Un hombre apenas tiene suficiente poder de atención para mirar simplemente ese trozo de carne inerte y despojada al borde del camino. No es el momento de volver el pensamiento hacia Dios. Así como hay momentos en los que se debe pensar en Dios olvidándose de todas las criaturas sin excepción, hay también momentos en los que, mirando a las criaturas, no hay por qué pensar explícitamente en el Creador. En esos momentos, la presencia de Dios en nosotros tiene como condición un secreto tan profundo que debe ser tal, incluso para nosotros. Hay momentos en que pensar en Dios nos separa de él. El pudor es condición de la unión nupcial.
En el amor verdadero no somos nosotros quienes amamos a los desdichados en Dios, sino Dios en nosotros quien ama a los desdichados. Cuando nos encontramos en la desdicha, es Dios en nosotros quien ama a los que nos quieren bien. La compasión y la gratitud descienden de Dios, y cuando se encuentran en una mirada, Dios está presente en el punto en el que las miradas se encuentran. El desdichado y el otro se aman a partir de Dios, a través de Dios, pero no por amor de Dios; se aman por el amor del uno al otro. Esto tiene algo de imposible. Por eso no se realiza más que por Dios.
Aquel que da pan a un desdichado hambriento por amor a Dios no recibirá agradecimiento por parte de Cristo. Ha tenido ya su retribución en ese mismo pensamiento. Cristo muestra su agradecimiento al que no sabía a quién daba de comer.  

(A la espera de Dios; Simone Weil)

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