UNA FINALIDAD QUE NO CONTIENE NINGÚN FIN…
La belleza es la única finalidad de este
mundo. Como muy bien dijo Kant, es una finalidad que no contiene ningún fin.
Una cosa bella no contiene ningún bien, salvo ella misma, en su totalidad, tal
como se nos muestra. Vamos a ella sin saber qué pedirle y ella nos ofrece su
propia existencia. No deseamos otra cosa, la poseemos y, sin embargo, seguimos
deseando aunque ignoramos por completo el qué. Quisiéramos atravesar la
belleza, pasar detrás de ella, pero no es más que superficie. Es como un espejo
que nos devuelve nuestro propio deseo de bien. Es una esfinge, un enigma, un
misterio dolorosamente irritante. Quisiéramos alimentarnos de ella, pero
únicamente puede ser objeto de la mirada, aparece sólo a una cierta distancia.
El gran drama de la vida humana es que mirar y comer sean dos operaciones
distintas. Sólo al otro lado del cielo, en el país habitado por Dios, son una
sola y misma operación. Ya los niños, cuando miran largo tiempo un dulce y lo
cogen casi con pesar, pero sin poderlo evitar, para comerlo, experimentan ese
dolor. Quizá, en esencia, los vicios, las depravaciones y los crímenes son casi
siempre, o incluso siempre, tentativas de comer la belleza, de comer lo que
sólo se debe mirar. Eva marcó el comienzo y, si perdió a la humanidad comiendo
un fruto, la actitud inversa, mirar el fruto sin comerlo, debe ser lo que la salve.
“Dos compañeros alados –dice una Upanishad-, dos pájaros, están posados en la
rama de un árbol. Uno come los frutos, el otro los mira”. Estos dos pájaros son
las dos partes de nuestra alma.
Es por no contener ningún fin por lo que
la belleza constituye la única finalidad. Pues en este mundo no hay fines.
Todas las cosas que tomamos por fines son medios. Es ésa una verdad evidente.
El dinero es un medio para comprar, el poder es un medio para mandar. Así
sucede, de forma más o menos visible, con todo lo que llamamos bienes.
Sólo la belleza no es un medio para otra
cosa. Sólo la belleza es buena en sí misma, pero sin que encontremos en ella
ningún bien. Parece ser una promesa, no un bien. Pero sólo se ofrece a sí
misma, nunca da otra cosa.
No obstante, como es la única finalidad,
está presente en todos los afanes humanos. Aunque todos persiguen sólo medios,
pues lo que existe en este mundo no son más que medios, la belleza les da un
brillo que los tiñe de finalidad. De otro modo no podría haber deseo ni, en consecuencia,
energía en pos de su consecución.
…/…
Las obras de arte que no son reflejos
justos y puros de la belleza del mundo, aberturas practicadas directamente en
ella, no son propiamente hablando bellas; no son de primer orden; sus autores
podrán tener un gran talento, pero carecen de genio. Es el caso de muchas obras
de arte que se encuentran entre las más célebres y reputadas. Todo artista
verdadero ha tenido un contacto real, directo, inmediato, con la belleza del
mundo, contacto que es semejante a un sacramento. Dios ha inspirado toda obra
de arte de primer orden, aunque su tema sea mil veces profano; pero no ha sido
el inspirador de ninguna de las otras. En lo que atañe a estas últimas, el
esplendor de belleza que recubre algunas de ellas podría ser de carácter
diabólico.
(A
la espera de Dios; Simone Weil)
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