VOCACIÓN INTELECTUAL
Al terminar el trabajo sobre los
pitagóricos, he sentido de forma segura y definitiva, en la medida en que un
ser humano tiene derecho a emplear estas dos palabras, que mi vocación me exige
mantenerme fuera de la Iglesia, e incluso sin compromiso alguno, ni siquiera
implícito, con ella ni con el dogma cristiano; al menos, durante todo el tiempo
en que no sea incapaz de un trabajo intelectual. Y ello ‘para el servicio de
Dios y la fe cristiana en el campo de la inteligencia’. El grado de probidad
(honradez) intelectual obligado para mí, en razón de mi vocación particular,
exige que mi pensamiento sea indiferente a todas las ideas sin excepción,
incluyendo, por ejemplo, el materialismo y el ateísmo; igualmente receptivo e
igualmente reservado para todo, “como el agua, que, indiferente a los
objetos que caen en ella, no los pesa, sino que ellos mismos se pesan en ella,
tras un cierto tiempo de oscilación”.
Sé muy bien que no soy realmente así,
sería demasiado hermoso; pero tengo la obligación de ser así y de ningún otro
modo podría serlo si estuviera en la Iglesia. En mi caso concreto, para ser
engendrada a partir del agua y el espíritu, debo abstenerme del agua visible.
No es que yo me sienta con capacidad
para la creación intelectual; pero siento obligaciones que guardan relación con ella. No es culpa mía,
no puede evitarlo. Nadie que no sea yo puede apreciar esas obligaciones. Las
condiciones de la creación intelectual o artística son algo tan íntimo y secreto
que nadie puede penetrar en ellas desde fuera. Sé que los artistas disculpan
así sus malas acciones, pero, en mi caso, se trata de algo muy distinto.
Esta indiferencia del pensamiento en el
terreno de la inteligencia no es de ningún modo incompatible con el amor de
Dios, ni siquiera con un voto de amor interiormente renovado, cada día, a cada
segundo, siempre eterno y eternamente intacto y nuevo. Así sería, si yo fuese
como debiera ser.
Ésta parece una posición de equilibrio
inestable, pero la fidelidad, gracia que espero no me sea negada por Dios,
permite mantenerse en ella por tiempo indefinido, sin moverse (en ‘hupomene’).
‘Es por servicio a Cristo en tanto que
es la Verdad por lo que me privo de participar en su carne de la manera que él
mismo instituyó’. O, más exactamente, es él quien me priva de ella, pues, hasta
ahora, ‘jamás he tenido, ni por un segundo, la sensación de haber hecho una
elección’. Estoy tan segura como un ser humano tiene derecho a estarlo de que
esa privación se extiende a toda mi vida; salvo quizá –sólo quizá- en el caso
de que las circunstancias me imposibiliten de forma definitiva y total el
trabajo intelectual.
(A
la espera de Dios; Simone Weil)
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