lunes, 6 de febrero de 2017

VOCACIÓN INTELECTUAL

VOCACIÓN INTELECTUAL
Al terminar el trabajo sobre los pitagóricos, he sentido de forma segura y definitiva, en la medida en que un ser humano tiene derecho a emplear estas dos palabras, que mi vocación me exige mantenerme fuera de la Iglesia, e incluso sin compromiso alguno, ni siquiera implícito, con ella ni con el dogma cristiano; al menos, durante todo el tiempo en que no sea incapaz de un trabajo intelectual. Y ello ‘para el servicio de Dios y la fe cristiana en el campo de la inteligencia’. El grado de probidad (honradez) intelectual obligado para mí, en razón de mi vocación particular, exige que mi pensamiento sea indiferente a todas las ideas sin excepción, incluyendo, por ejemplo, el materialismo y el ateísmo; igualmente receptivo e igualmente reservado para todo, “como el agua, que, indiferente a los objetos que caen en ella, no los pesa, sino que ellos mismos se pesan en ella, tras un cierto tiempo de  oscilación”.        
Sé muy bien que no soy realmente así, sería demasiado hermoso; pero tengo la obligación de ser así y de ningún otro modo podría serlo si estuviera en la Iglesia. En mi caso concreto, para ser engendrada a partir del agua y el espíritu, debo abstenerme del agua visible.
No es que yo me sienta con capacidad para la creación intelectual; pero siento obligaciones que  guardan relación con ella. No es culpa mía, no puede evitarlo. Nadie que no sea yo puede apreciar esas obligaciones. Las condiciones de la creación intelectual o artística son algo tan íntimo y secreto que nadie puede penetrar en ellas desde fuera. Sé que los artistas disculpan así sus malas acciones, pero, en mi caso, se trata de algo muy distinto.
Esta indiferencia del pensamiento en el terreno de la inteligencia no es de ningún modo incompatible con el amor de Dios, ni siquiera con un voto de amor interiormente renovado, cada día, a cada segundo, siempre eterno y eternamente intacto y nuevo. Así sería, si yo fuese como debiera ser.
Ésta parece una posición de equilibrio inestable, pero la fidelidad, gracia que espero no me sea negada por Dios, permite mantenerse en ella por tiempo indefinido, sin moverse (en ‘hupomene’).
‘Es por servicio a Cristo en tanto que es la Verdad por lo que me privo de participar en su carne de la manera que él mismo instituyó’. O, más exactamente, es él quien me priva de ella, pues, hasta ahora, ‘jamás he tenido, ni por un segundo, la sensación de haber hecho una elección’. Estoy tan segura como un ser humano tiene derecho a estarlo de que esa privación se extiende a toda mi vida; salvo quizá –sólo quizá- en el caso de que las circunstancias me imposibiliten de forma definitiva y total el trabajo intelectual.

(A la espera de Dios; Simone Weil)

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